miércoles, 3 de abril de 2013

Ciegos nos movemos

El corazón lanzándose sin más de cabeza a la piscina; mientras, la cabeza preguntándose por qué te tiras, si el agua estará muy fría o si después podrás salir airoso de la situación. 

Pongamos que sólo haces caso al corazón en sus impulsos. Y supongamos que te enamoras, que te corresponden y que tras aguantar un largo Sálvame Deluxe (el infierno hecho realidad televisiva) llega tu película preferida. Digamos que has vuelto a vivir la vida y ya no dejas que sea ella la que te lleve por donde quiere. Tampoco ves el mundo con los mismos ojos, lo ves con una ilusión e inocencia renovadas, con un querer aprender a vivir de nuevo y lejos de la soledad... Ves a esa persona, ese alma antes tan perdida como tú que te devuelve la mirada con tanto mimo acariciándote aún sin tocarte y te ves reflejado en sus pupilas, en sus gestos...

Llegados a este punto quizás ya estés en blanco porque estés sobrepasado por los sentimientos. O quizás aparezca la voz de tu racionalidad, que desbordada por las emociones te susurrará que te has enamorado.

Pongamos que hubieses seguido a tu parte menos sentimental y más pensadora. Entonces verías que esa persona te cae bien, que tenéis muchos temas de conversación en común, que coincidís en una cantidad sorprendente de cosas y le ves un día, le ves dos, le ves tres... Llegará el momento en el que te darás cuenta de que, de una mantera inexplicable, una parte de tu felicidad depende de su presencia en tu día a día (tu parte racional, escandalizada, intentará buscar vías de escape).

Notarás que sin esa persona los días son aburridos, los momentos fríos... Poquito a poco el corazón irá ganando terreno y tu parte más objetiva y pensadora se irá retirando porque ella de sentimientos no entiende. Al final  esa parte racional se dedicará a intentar describir cómo es la rosa más bella a un ciego, pues en el amor y en la tristeza todos somos ciegos: no vemos, sólo sentimos, y ciegos nos movemos sin saber qué ocurrirá pero esperando siempre lo mejor.


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