viernes, 3 de julio de 2015

Negro, todo negro

A veces le asalta esa sensación de agonía sin saber por qué. Quizás sea el remordimiento, la culpa o el no saber qué hacer. Y se queda parado, se estremece. Mira un punto fijo perdido en el infinito y que nadie más es capaz de ver, esperando que le venga la inspiración del por qué.

Se tumba en la cama mientras una garra le oprime las entrañas, le paraliza. Ni siquiera le deja dormir por las noches. No sabe ya si es el miedo, la confusión, los nervios, la cobardía o una mezcla de todo, tan sólo quiere que sus demonios se vayan, que esa tenaza continua le abandone. Pero la realidad es que siempre vuelve, incluso a veces le deja devastado como las olas dejan la playa tras la tormenta. Y no deja de pensar: ¿por qué?. ¿Acaso no sirven ya las penas pasadas o le tienen que seguir atormentando las noches? ¿O tal vez sean heridas que nunca cerraron pero que olvidó, que quiso olvidar, que estaban ahí y la vida le hace pagar su abandono?

Se da la vuelta en la cama, mira el techo. Negro, todo negro. ¿Dónde está la luz? No lo soporta y le da al interruptor. No sabe qué es peor, si la oscuridad absoluta o ese blanco amarillento con el que la lamparita deja iluminada toda su habitación a medias. 

Vuelve a apagar la luz. Los ojos abiertos que nada ven. La agonía en el interior le entumece. Se gira, se vuelve a dar la vuelta, se pone boca abajo, boca arriba, de un lado, del otro... Y nada cambia. Negro, todo negro, dentro y fuera. 

Decide levantarse. Enciende la luz y mira a su alrededor, esa habitación vacía de sentimiento, carente de sentido, inmersa en un caos que refleja el propio: los libros tirados, la ropa por todos lados, hojas de bocetos por doquier sin orden alguno. Se dirige a la cocina a por un vaso de agua, o quizás una tila que lo calme, pero llega y se encuentra perdido, sin fin alguno, mirando fjamente cómo gotea el grifo. 

Huye de allí de regreso a la cama. Antes pasa por el salón y no puede resistirse a sentarse en el sofá, pero hace frío y coge la manta que hay al lado. Al menos ahí nada le recuerda sus batallas perdidas o sus heridas, ni las historias compartidas.

Le entra el sueño poco a poco, acurrucado en ese sofá que le hace sentirse ajeno a todo. Le puede el cansancio, e irónicamente, lo último que ve antes de caer rendido en ese sueño tranquilo vuelve a ser negro, todo negro.


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