miércoles, 29 de junio de 2011

Donde el soul y el jazz son la única religión

De fondo aquella canción. Un clásico, cómo no, el inolvidable Ain't no mountain. A ella le encanta y él lo sabe. Mientras espera decide coger un cigarro, bueno no, mejor un puro, que hace mucho que no fuma y mejor tabaco que ese... Difícil de encontrar. Sin embargo, su mano se detiene a pocos milímetros de la caja: los médicos le prohibieron fumar hace unos meses. Esos matasanos... ¡Qué sabrán! Un puro no le va a matar y no hay mayor placer que fumarse uno de vez en cuando con tranquilidad, disfrutando cada calada. Lo enciende y aspira el humo mientras le vienen a la cabeza los recuerdos de un día soleado, en la playa, con el rumor de las olas de fondo. Un día perfecto la verdad. Ella estaba preciosa, con su vestido blanco y el pelo suelto sobre los hombros, exultante con esa sonrisa tan bonita que hace que olvide todo lo demás. ¿Quién lo iba a decir? Aún hoy van a esa playa después de treinta años de experiencias, de desengaños, de ilusiones, de sueños, en resumen, después de treinta años de convivencia que espera que no acaben nunca. Cierra los ojos mientras expira el humo lentamente. Ya se oyen sus tacones contra el parqué al fondo del pasillo e imagina su sonrisa al abrir la puerta y escuchar la música, como aquella primera vez que se encontraron por casualidad en uno de esos viejos clubes de la Habana, con vistas a la playa, donde el soul y el jazz son la única religión existente y donde un aficionado intentaba imitar al inigualable Marvin Gaye...

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